Estatutos de los Franciscanos de María
Capítulo I. Naturaleza de la Asociación
Los Franciscanos de María son una asociación privada internacional de fieles, dotada de personalidad jurídica, al amparo de lo establecido en el Código de Derecho Canónico, cann. 298-311 y 321-329. Está constituida según las normas del Código de Derecho Canónico y de estos estatutos generales aprobados por el Consejo Pontificio para los Laicos.
La asociación tendrá su sede en Plaza Juan Antonio Suanzes, 1. 28027 Madrid. España.
Capítulo II. Fines, Espiritualidad, Metodología
Los Franciscanos de María tienen como carisma y misión la práctica y difusión de la espiritualidad del agradecimiento –de ahí el nombre con que son conocidos: “misioneros del agradecimiento”-, a imitación de la Santísima Virgen María y de San Francisco de Asís, motivo por el cual toman de ambos el nombre oficial de la asociación. La obra propia y específica de la Asociación serán las “escuelas de agradecimiento”, donde se enseñará la espiritualidad y desde la cual se difundirá la misma. Además, la Asociación podrá establecer otras obras o iniciativas pastorales y sociales siempre que no sean contrarias al carisma de la misma. Además, la Asociación podrá establecer otras obras o iniciativas pastorales y sociales siempre que no sean contrarias al carisma de la misma.
4. María es, para los miembros de esta Asociación, el más importante punto de referencia, después de Nuestro Señor Jesucristo, debido a la excepcionalidad de su persona, de sus virtudes y de la misión totalmente única a la que fue llamada por Dios: la maternidad divina. Con respecto a ella, la clave de nuestra espiritualidad es la "imitación". Tanto los laicos como las consagradas y sacerdotes que se identifican con esta experiencia buscan, con las limitaciones inherentes a un ser humano pecador, imitar a la Santísima Virgen y repetir, con el auxilio de la gracia divina, la experiencia que Nuestra Señora llevó a cabo en la tierra. De María queremos aprenderlo todo e imitarlo todo, pero nos fijamos especialmente en el motivo de su amor a Dios, a Jesús y a la Iglesia. Ese motivo, ese "corazón" del Corazón Inmaculado de María, lo encontramos en el agradecimiento. Las virtudes típicas de la Santísima Virgen -la amabilidad, la paz, la disponibilidad, la paciencia, la pureza, la unión con Dios, la obediencia, la humildad- son para nosotros pistas que orientan nuestro camino en la vida y nos enseñan a poner en práctica el agradecimiento hacia Dios y hacia el prójimo. Con todo, hay tres momentos de la vida y del ejemplo ofrecido por la Virgen en los que queremos poner particular empeño para tratar de ser como ella.
5. El primero es el de la Anunciación (cfr. Lc 1, 26-38). María responde al saludo del ángel y a la petición transmitida por el mensajero divino con una frase que es todo un programa de vida: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Con su “sí”, María se adhería totalmente al plan salvífico del Padre llevado a cabo en el Hijo Encarnado, único salvador de los hombres (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 148). Hacer la voluntad de Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- es, también para nosotros, un objetivo primordial. Hacer esa voluntad en la vida cotidiana tanto como en los grandes momentos de la existencia.
Se trata, pues, de darle a Dios la prioridad en nuestras motivaciones y dejar que sea Él quien decida sobre nuestro presente y nuestro futuro, como hizo María, con confianza y con alegría, con total disponibilidad. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 494). Una de las consecuencias de esta "imitación" de María en su "sí" a Dios, es la de asumir que el Señor es realmente Dios y no un "amuleto" o un "ídolo" al que podemos manejar a nuestro antojo y tener a nuestro servicio. Somos nosotros los que estamos al servicio de Dios y no Dios al servicio nuestro. Queremos hacer frente así a la cada vez más extendida manipulación de la imagen de Dios, reducida a una caricatura bonachona en lugar de como el Dios soberano. De esta actitud se deriva, como consecuencia inmediata, el asumir el concepto de "deber" en nuestra relación con el Señor. Dios es Dios, existe, es el Creador del mundo y de la propia persona, y por eso sólo puede ocupar un lugar: el primero. Eso significa que nosotros tenemos deberes para con Él y Él tiene derechos sobre nosotros. El cumplimiento de nuestros deberes no será ningún "favor" que le hacemos al Todopoderoso, sino algo normal, lo mínimo que se puede esperar de nosotros, cumplido el cual tendremos que decir como aquel siervo de que habla el Evangelio: "No he hecho más que cumplir con mi obligación" (cfr. Lc 17, 10).
6. El segundo momento de la vida de María que queremos tener en cuenta para imitar a Nuestra Señora, es el del Nacimiento de Jesús en Belén. Allí, en la cueva de la Natividad, vemos a María con el Niño Jesús en sus brazos. No es ya la jovencita nazarena, sino una madre que tiene en su regazo una dulce y grande responsabilidad. Es la Madre de Dios. La Maternidad divina de María –fundada en la plenitud de la gracia de Dios que le fue otorgada a la Virgen (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica nº 722)- es la mayor aportación hecha jamás por ningún ser humano a la historia de la Humanidad. Por eso, imitar a María sería parcial si no se le pudiera imitar espiritualmente en esa maternidad; hacerlo así será, en cambio, el mayor servicio que cualquiera pueda prestar tanto al individuo como a la sociedad. La imitación de María en su divina maternidad es imposible en el sentido biológico del concepto. Nadie más que ella pudo llevar en su seno a Jesús y prestarle su carne para que Él la asumiera como propia.
El nacimiento de Cristo fue único e irrepetible. Sin embargo, el mismo Cristo iluminó el camino para conseguir la imitación de la maternidad divina de María en un sentido espiritual; lo hizo cuando afirmó que todos aquellos que cumplan la voluntad del Padre son su Madre y sus hermanos (cfr. Mt 12, 46-50). Por si fuera poco, el Señor ligó su divina presencia a una condición que sí es accesible al hombre, a cualquier hombre. "Donde dos o tres están unidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Por lo tanto, podemos imitar espiritualmente a María en su maternidad divina, mediante el cumplimiento de la voluntad de Dios sobre nosotros y, muy especialmente, mediante el cumplimiento de esa voluntad que Cristo expresó de forma explícita el Jueves Santo: La unidad (cfr. Jn 17, 20-26). La unidad, cimentada en la caridad recíproca, es según el propio Cristo, la "materia" espiritual para que se produzca ese nuevo y real nacimiento suyo. La unidad, pues, es una de las claves de la espiritualidad de los Franciscanos de María, puesto que sólo a través de esa unidad se puede imitar espiritualmente a la Virgen en su divina maternidad. El amor recíproco, la unidad como medio para la imitación de la maternidad divina, requiere cumplir una condición: no es posible para el individuo aislado, sino que tiene que ser practicada por "dos o más" (cfr. Mt 18, 20). Para conseguir esta unidad habrá que esforzarse por mantener siempre viva la caridad (con todos sus matices, sobre todo el del perdón), en primer lugar, entre los que desean practicar la espiritualidad del agradecimiento y, a continuación, con el resto. Nada tendrá sentido si no es fruto del amor y nada merecerá la pena si para conseguirlo se rompe esa relación de amor recíproco. La unidad, por lo demás, lleva a los miembros de la asociación a estar especialmente atentos a sintonizar con la Iglesia, con quienes la representan -el Papa, los obispos, los sacerdotes-, con las distintas realidades existentes en su seno -las parroquias, las congregaciones religiosas, movimientos y demás asociaciones- y también con los miembros de otras confesiones así como con todos los hombres de buena voluntad. Colaborar en la empresa de la unidad es una de las metas más nobles en que puede empeñarse un cristiano, pues no en vano Jesús pidió al Padre "que todos sean uno para que el mundo crea" (Jn 17, 21). Pero la maternidad de María no acaba en el momento del parto. Ella es Madre de Jesús y no sólo su "engendradora". Como Madre es, por tanto, educadora. En esa labor educativa están contenidas las semillas de la evangelización, puesto que un aspecto de esa educación es la enseñanza de las virtudes y cualidades espirituales que deben animar al ser humano. Estas virtudes y cualidades son las que emanan del ejemplo y la enseñanza de Jesucristo, y de la propia Virgen María. Así mismo, en la labor educativa que se debe realizar en las “escuelas de agradecimiento”, se tendrá como primer objetivo la enseñanza fiel de las verdades de la fe cristiana tal y como las presenta la Iglesia católica. Así pues, la imitación de María en su maternidad lleva consigo una imitación en el papel educador que María llevó a cabo con Jesús y con todos los hombres, lo cual significa una llamada a la evangelización hacia todos aquellos que no conocen a Cristo o que lo conocen de manera deficiente. Evangelizar es cuidar de Jesús, es ser María, imitar a María. Para llevar a cabo esta evangelización volvemos al "corazón" de nuestra espiritualidad: el agradecimiento. Evangelizar, para nosotros, es ayudar a comprender que Dios ama al hombre y que el hombre tiene un deber de gratitud hacia Dios. Evangelizar es enseñar a agradecer, es enseñar a tener con Dios una relación basada en el amor, en la gratitud, que lleve consigo cumplir las enseñanzas morales de la Iglesia. Para llevar a cabo esta evangelización, los Franciscanos de María son y deben ser instruidos en cuatro materias fundamentales: Biblia, Dogmática, Moral y Apologética siempre en total identificación con las enseñanzas de la Iglesia; esta formación es impartida en las “escuelas de agradecimiento” y asimilada personalmente por cada miembro de la asociación mediante el estudio frecuente de los De los materiales que le son ofrecidos. Así mismo, y en primer lugar, hay que tener en cuenta que quien obra en nosotros y a través nuestro es el Espíritu Santo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 274, 2096, 2611); por ello, los Franciscanos de María son y deben ser instruidos y ejercitados en la oración personal diaria, en la adoración del Santísimo Sacramento y en la participación, a ser posible diaria, en la Eucaristía.
7. El tercer momento de la vida de la Virgen que los miembros de esta Asociación deben intentar imitar, es aquel en el que se contempla a María al pie de la Cruz. Cuando casi todos se han ido, la Madre está a su lado, persevera en la fe, en la esperanza y en el amor. A Cristo, en aquella hora del Gólgota, le faltó casi todo. En cambio, el amor providente de Dios no permitió que a su Hijo le faltara el cariño de la Madre. María junto a la Cruz, sostenida por la gracia de Dios, es la expresión más alta del amor humano, a la vez que el modelo perfecto de hasta dónde tiene que llegar nuestro amor por Cristo. Imitarla a ella en ese decisivo instante significa estar junto a la Cruz, de la cual cuelga el Crucificado, cuando el Señor nos necesite. María está viva, en cuerpo y alma, pero está en el Cielo. En cambio, su Hijo sigue también aquí en la tierra, vivo en medio nuestro a través de su presencia eucarística y en su Cuerpo místico, crucificado en tantas personas como sufren en el mundo. Está solo, enfermo, pobre, triste, encarcelado, anciano, huérfano, golpeado, abandonado en millones y millones de seres humanos. Y lo que es peor, estos hermanos nuestros que llevan la imagen dolorosa del Crucificado no tienen a su lado a María para consolarles, para apoyarles en su subida al Calvario. Esa será nuestra vocación como imitadores de la Virgen: hacer el papel que ella haría si estuviera de nuevo físicamente presente en la tierra; estar al pie de la Cruz y junto al Crucificado para llevarle el consuelo que necesita, el alimento que reclama, el cariño que alivie su soledad, la medicina que cure sus dolores. Imitar a María es servir y ayudar a Cristo crucificado. Ser Madre, como ella fue, significa no dejar que pase un Cristo doliente a nuestro lado sin hacer lo posible por aliviar su carga. Además, tenemos que imitar a María no sólo contribuyendo a paliar los sufrimientos materiales del hombre, sino también los espirituales, más importantes aún que los anteriores y con frecuencia causa de los mismos. Para ello, deberemos mostrar al que sufre el valor redentor de la muerte de Cristo, que se derrama sobre el hombre enfermo y pecador para liberarlo del pecado e introducirlo en el amor divino y en la vida eterna; también deberemos ayudarle a comprender que con su sufrimiento puede colaborar en la obra redentora de Cristo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católia, nº 1368), como hizo la misma Virgen María (cfr. Lumen Gentium nº 61).
8. En cuanto a San Francisco de Asís, aunque la imitación de él no se puede poner al nivel de la imitación de la Santísima Virgen María, debido a la excepcionalidad de las virtudes de Nuestra Madre, de él aprenden los Franciscanos de María esas cualidades que hicieron del santo de Asís un hermano de todos los hombres: su sencillez, su pobreza, su humildad, su libertad, su fidelidad al Papa y a la Iglesia, su compasión hacia todo el que sufre, su profunda alegría, su aceptación de la voluntad divina, su amor a la Cruz. Muchas de estas notas, típicas de la espiritualidad franciscana, ya están recogidas en la figura de la Virgen, pero la aportación de San Francisco de Asís añade un matiz especial que sirve para insistir en aquellos aspectos más ligados con el servicio a los pobres, en la vida austera, sencilla y alegre, en el amor apasionado a la Iglesia y el respeto hacia su jerarquía. Por otro lado, desde la perspectiva de la "espiritualidad del agradecimiento", nos fijamos, a la hora de imitar a San Francisco, en aquel momento de su vida en el cual, tras ver cuál era el contenido de las oraciones de los hombres y comprobar su egoísmo, salió llorando de la pequeña capilla de la Porciúncula mientras gritaba: "El Amor no es amado". Nosotros también queremos denunciar que “el Amor no es amado” y, con la ayuda de Dios, queremos amar al Amor, queremos amar a Dios que es el Amor. Y queremos dirigir a los demás hacia ese amor, ayudarles a comprender que ese es el verdadero camino del cristiano: amar con todo el corazón y con todas las fuerzas al Dios que te ama.
9. Junto a lo dicho, y aunque ya está dicho, es necesario insistir en la importancia de la unidad. Unidad personal, a través de la oración, con Dios, principio y base de todo; unidad en el seno de la asociación, que está íntimamente ligada a la presencia del Señor en medio de la comunidad; unidad con los que sufren, compartiendo con ellos su situación; unidad con los obispos diocesanos, de los cuales queremos ser leales colaboradores integrándonos activamente en los planes pastorales de las Diócesis; y unidad explícita y plena con el Papa, porque a través de él nos ligamos sin fisuras a la Iglesia Universal y al proyecto redentor de Nuestro Señor Jesucristo. Esta unidad sólo es posible si el hombre colabora con la gracia de Dios y se convierte en un instrumento dócil a la acción del Espíritu Santo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2001, 2002, 2003).
10. A estas características habría que añadir otra más, que se desprende del mismo Evangelio, pues el Señor recordó a sus discípulos que sus amigos no son aquellos que le llaman “Señor, Señor”, sino los que cumplen la voluntad de su Padre. Y como la voluntad de Dios es que vivamos en la más intensa caridad, que practiquemos el Evangelio, ésta es una característica que no debe faltar a las personas y a las comunidades de los Franciscanos de María. Expresamos este empeño por vivir el Evangelio a través de la “palabra de vida”, nombre con el que designamos un propósito extraído de la Palabra de Dios que la Iglesia ofrece a los fieles en el Evangelio dominical. De este modo avanzamos juntos hacia Dios, intentamos ser concretos en la práctica evangélica y vamos haciendo vida personal lo que en teoría aceptamos y profesamos. Vivir el evangelio es la es la forma habitual, cotidiana, que encuentran los miembros de esta Asociación para demostrarle a Dios su gratitud, su amor.
11. Además, y pasado un tiempo no inferior a seis años de pertenencia explícita a nuestra Asociación, aquellos que se sientan llamados por Dios a ello y tras el discernimiento hecho por los superiores, emitirán un cuarto voto o una tercera promesa según los casos, el de obediencia al Papa. Este voto o promesa se ejercitará mediante el cumplimiento personal y la defensa pública de todas las enseñanzas de la Iglesia y en especial de las que emanan del Santo Padre.
12. Con estas características que configuran nuestro carisma, los franciscanos de María nos esforzamos por realizar la vocación a la santidad a que está llamado todo cristiano y que comenzó con nuestro bautismo.
13. Nuestra familia está puesta bajo la protección de la Inmaculada Concepción de María, por lo cual se celebrará ese día como la fiesta principal de la Asociación. Una segunda fiesta de notoria importancia será la de San Francisco de Asís. Se procurará fomentar la devoción a aquellas advocaciones marianas que sean propias de los lugares donde estemos.
PARTE SEGUNDA. ESTRUCTURA Y GOBIERNO
Capítulo III. Miembros de la Asociación
14. La Asociación cuenta con diferentes tipos de miembros –laicos, consagradas (mujeres que profesan los tres votos y pueden o no vivir en comunidad, sujetas a sus propios Estatutos) y sacerdotes (estos, a su vez, tienen dos ramas: la de aquellos que viven en comunidad y profesan los tres votos, con permiso de su respectivo Ordinario, y la de los que no viven en comunidad; todos ellos constituyen la Asociación Sacerdotal Franciscanos de María y se rigen por los Estatutos de dicha Asociación)-. La condición fundamental para todos ellos es la de reunir las condiciones exigidas por el Derecho Común, aceptar los Estatutos e intentar vivir con la mayor intensidad posible el Carisma de los Franciscanos de María.
15. Para formar parte de los Franciscanos de María e inscribirse en la Asociación, deberá solicitarse por escrito al Consejo General, acompañado de la presentación o aval de dos miembros que hacen las veces de padrinos. El Consejo deberá pronunciarse sobre la aceptación del candidato, pudiendo delegar para ello en los coordinadores nacionales.
16. Las consagradas ejercerán su labor evangelizadora al servicio de la Asociación, en sus obras apostólicas y caritativas, y colaborarán con los sacerdotes en las parroquias donde éstos trabajen.
17. Los laicos se unen a la Asociación mediante el vínculo de unas promesas. No viven en comunidad y llevan el tipo de vida cristiana que les corresponda –solteros, casados o viudos- evangelizando e intentando transformar las realidades de este mundo a través de la práctica de la espiritualidad del agradecimiento. Realizan su actividad evangelizadora como misioneros laicos que, en el ambiente en el que viven, difunden la espiritualidad del agradecimiento a Dios.
18. Las promesas son dos: la de austeridad y la de espiritualidad. La primera se cumplirá mediante estos cuatro puntos: austeridad en el consumo, evitando en lo posible el gasto superfluo; solidaridad con los pobres a través de la limosna –que es obligatoria y que debe proceder de lo ahorrado mediante la austeridad- y del servicio directo a los marginados en la medida de sus posibilidades; acción evangelizadora, colaborando en las obras de la Iglesia (catequesis parroquiales, etc) o en las iniciativas propias de la Asociación; cumplimiento, del mejor modo posible, de los deberes profesionales como una forma de servir al prójimo y de buscar la santificación. La promesa de espiritualidad se cumplirá mediante estos cuatro puntos: Oración diaria (como mínimo quince minutos), a ser posible ante el Santísimo; participación diaria en la Santa Misa, siempre que no lo impida una causa mayor; rezo diario del Santo Rosario; confesión frecuente (como mínimo una vez al mes). La duración de las promesas es de un año y deberán ser renovadas también anualmente, pudiendo hacerse de forma perpetua después de un período de seis años. Para emitir las promesas por primera vez hay que ser mayor de edad.
19. Los laicos emitirán las promesas la primera vez ante un sacerdote de la Asociación o, en su defecto, ante el coordinador nacional, con permiso expreso del presidente. La renovación deberá hacerse de forma comunitaria, una vez al año, coincidiendo con alguna fiesta del Señor o de la Virgen, a ser posible la de la Inmaculada. En caso de no poder participar en la renovación comunitaria, el laico debe pedir expresamente la renovación al coordinador nacional y llevarla a cabo privadamente tras la comunión, en una celebración eucarística. Las promesas perpetuas o la promesa de unidad no podrán emitirse privadamente.
20. Las personas que, sin haber hecho las promesas, participan de los grupos de espiritualidad o de los grupos de voluntariado social con los que intentamos expresar nuestra solidaridad y amor hacia Cristo, se consideran “adheridos” a la Asociación y se les identificará con el nombre de “colaboradores”. No pueden ser considerados miembros de la Asociación, en el sentido estricto que se da a esa palabra.
21. Los derechos y obligaciones de los Franciscanos de María varían según el tipo de pertenencia a la Asociación que ellos mismos han elegido. Todos los miembros tienen el derecho de vivir esta espiritualidad, que nace para la Iglesia, y tienen el deber de hacerlo pues han conocido que Dios les llama a la santidad de vida y a la construcción de la sociedad y de la Iglesia a través de este camino. Este es el derecho y el deber más importante, base de todos los demás.
Capítulo IV. Gobierno de la Asociación
22. El Consejo General es el órgano supremo de Gobierno de la Asociación. Está integrado por el presidente, vicepresidente, secretario, administrador y por los delegados de los laicos, los sacerdotes y las consagradas. El número de delegados de cada rama dependerá del número de miembros de la misma, así como del número de países donde ésta esté establecida, a fin de que el Consejo sea representativo de todas las vocaciones que acoge la Asociación y también de su carácter internacional. Las consagradas y los sacerdotes tendrán en el Consejo, cada rama, sólo un delegado por cada país donde estén presentes, independientemente del número que sean. Los laicos contarán, como mínimo, con un delegado por país, al cual habrá que añadir uno más por cada cien laicos con promesas existentes en ese país; en este caso, uno de los dos será elegido por los menores de 30 años entre ellos y el otro por los mayores de esa edad también entre ellos; si hay más de dos, sólo habrá un representante de los menores de 30 años. Cada cinco años se renovará el número de delegados del Consejo, variando este número a tenor de las altas y bajas que haya sufrido la Asociación. Todos los miembros del Consejo tienen voz y voto. El Consejo General no podrá adoptar ningún acuerdo sin la presencia del presidente o del vicepresidente, si aquél no pudiera asistir y hubiera delegado en el vicepresidente explícitamente sus funciones. En el caso de que, por cesación de funciones, dimisión o fallecimiento, no haya presidente, el Consejo asesorará y ayudará al vicepresidente en la organización del proceso para la elección del nuevo presidente, en aquello que el vicepresidente le solicite.
23.La elección de delegados para cualquiera de las ramas se hará por votación directa y secreta, que será remitida por correo al Consejo General y escrutada ante el presidente o su delegado, el secretario y al menos un representante de cada rama, pudiendo estar presentes todos los miembros del Consejo que lo deseen. Son electores de cualquiera de las ramas los miembros de las mismas que tengan en vigor en ese momento los votos o las promesas. Son elegibles sólo aquellos que hayan efectuado los votos perpetuos o las promesas perpetuas. Cada rama elegirá a sus delegados en el Consejo General. Para ser elegido basta con obtener la mayoría simple de los votos.
24.El presidente de la Asociación ostenta la representación legal de la misma y le corresponden las siguientes funciones:
Presidir y dirigir las reuniones del Consejo General.
Ordenar la convocatoria y señalar el orden del día de dichas reuniones.
Dirigir las votaciones y levantar las sesiones.
Comunicar al Consejo Pontificio para los Laicos el cambio de sede social, las modificaciones de los Estatutos y la extinción de la Asociación, a los efectos pertinentes.
Nombrar el coordinador de los laicos de cada país, cuyo cargo tendrá una duración de cinco años, salvo que por causa grave tuviera que ser cesado antes.
Proponer una terna para la elección del vicepresidente.
Nombrar, con el consentimiento de la mayoría absoluta del Consejo General, al administrador general de la Asociación, de entre los miembros con promesas perpetuas.
Nombrar, con el consentimiento de la mayoría absoluta del Consejo General, al secretario de la Asociación, de entre los miembros con promesas perpetuas.
Delegar en uno o varios miembros de la Asociación para que le representen legalmente cuando fuera necesario, con el visto bueno del Consejo General.
25. El presidente será elegido por los miembros de todas las ramas, de entre los sacerdotes Franciscanos de María de vida común con votos perpetuos y con el voto de obediencia al Papa. Son electores todos aquellos que hayan emitido los votos o promesas perpetuas. La elección del presidente se hará por votación directa y secreta, que será remitida por correo al Consejo General y escrutada por el vicepresidente, el secretario y al menos un representante de cada rama, pudiendo estar presentes todos los miembros del Consejo que lo deseen. Para la elección es necesaria la mayoría de dos tercios en las dos primeras votaciones y la mayoría absoluta en la tercera.
26.La duración del cargo de presidente es de 6 años, siendo posible la reelección. Deberá presentar su renuncia al Consejo General por alguno de los siguientes motivos: -enfermedad física o psíquica grave que le impida el ejercicio normal del cargo; -incapacidad a juicio personal para llevar a cabo la misión para la que fue elegido. El Consejo General, presidido en ese caso por el vicepresidente, puede rechazar la renuncia presentada por alguno de estos casos si así lo decide mediante mayoría de dos tercios. Teniendo en cuenta la presencia de un carisma en la Asociación, el Fundador será presidente vitalicio, aunque quedará afectado por las dos condiciones anteriormente expuestas.
27.El vicepresidente sustituirá al presidente temporalmente como su representante cuando éste, de forma explícita, lo solicite. Si la incapacidad del presidente no fuera transitoria, se aplicará el artículo 26. El vicepresidente ejercerá, por derecho propio, las funciones que le son asignadas en los números 22, 25 y 36 y representará a la Asociación hasta la elección del nuevo presidente. En ningún caso se podrán adoptar, en este periodo transitorio, acuerdos económicos.
28. El vicepresidente será elegido por los laicos de la Asociación que tengan las promesas hechas al menos en los tres últimos años. La duración de su cargo es de 5 años. Será elegido de la terna que proponga el Presidente, la cual estará formada por tres laicos, hombres o mujeres, con las promesas perpetuas. Cada elector tiene derecho a un voto. La elección se hará por votación directa y secreta, que será remitida por correo al Consejo General y escrutada ante el presidente, el secretario y al menos un representante de cada rama, pudiendo estar presentes todos los miembros del Consejo que lo deseen. Son necesarios dos tercios de los votos en las dos primeras votaciones y la mayoría absoluta en la tercera. De no conseguirse después de esa votación, el presidente elegirá al vicepresidente de entre los laicos de la Asociación que cumplan los requisitos establecidos anteriormente.
La renovación de la Vicepresidencia se rige por los mismos criterios que la Presidencia, expuestos en el artículo 26 de estos Estatutos, a excepción de la duración de su mandato. El vicepresidente se mantendrá en funciones hasta la elección del nuevo presidente si coincidiera en el tiempo el cese de ambos, para garantizar el proceso electoral. Después de elegido el nuevo presidente se procederá a la elección del vicepresidente.
29. El secretario de la Asociación, que lo será también del Consejo General, tiene las siguientes funciones:
Cursar, por orden del presidente, las convocatorias del Consejo General.
Levantar acta de las reuniones del Consejo General, en donde figuren los temas tratados y los acuerdos tomados.
Recordar a los interesados que lleven a término los acuerdos tomados.
Llevar el registro de altas y bajas de los miembros de la Asociación.
Certificar documentos de la Asociación con el visto bueno del presidente.
Cuidar del archivo de la Asociación.
30. La duración del cargo de secretario general es de cinco años, pudiendo ser renovado en el mismo por un número indefinido de quinquenios. No cesa con los ceses de los presidentes y los vicepresidentes.
31.El administrador general de la Asociación tiene las siguientes funciones:
Administrar los bienes de la Asociación de acuerdo con lo decidido por el Consejo General y lo establecido en el Derecho Canónico.
Preparar el estado de cuentas del ejercicio económico y el presupuesto ordinario y extraordinario anuales de la Asociación.
Recabar de los miembros de la Asociación la ayuda económica que se precise.
32. Dado que el administrador general es un cargo de confianza del presidente, debe presentar la dimisión al nuevo presidente que la puede aceptar o confirmarle en el cargo.
33. El administrador general no podrá decidir sobre ninguna administración que supere los límites previstos por la Santa Sede o por las administraciones diocesanas, sin el visto bueno por escrito del presidente y del vicepresidente. Las cuentas bancarias o inversiones necesitarán siempre la firma del ecónomo y del presidente. El uso comercial de los nombres “Franciscanos de María”, “Misioneros del agradecimiento” o “Escuelas de agradecimiento” es propiedad de la Asociación y estará reservado a la autorización del Consejo General.
34. El administrador general podrá, con el visto bueno del Consejo General, rodearse de un equipo de asesores que le ayuden en la administración. En cada país habrá un delegado suyo, el administrador local, que deberá ser nombrado por el administrador general con la aprobación del presidente y del delegado nacional. En toda la gestión económica se ha de actuar con la máxima transparencia y según la doctrina social de la Iglesia, teniendo siempre muy presente que los bienes de la asociación son instrumentos al servicio de los fines de la misma: la evangelización y el servicio a Cristo presente en los pobres.
35.La Asociación podrá adquirir, retener, administrar y enajenar bienes temporales, de acuerdo con los Estatutos y el Derecho Canónico vigente.
36.Para aceptar donaciones, herencias o legados deberá obtenerse la aprobación del presidente y el Vicepresidente.
37. Todos los miembros de la Asociación, de cualquiera de sus ramas, tienen el derecho y el deber de ayudar económicamente a la Asociación. Las consagradas, y sacerdotes se regirán en esto según sus propios estatutos. Los laicos aportarán una cantidad mensual, según sus posibilidades, pero actuando con generosidad, bien a través de las “escuelas de agradecimiento”, bien directamente a las cuentas bancarias de la Asociación. Deberá informarse al administrador local de la cuantía de esas aportaciones. Este informará anualmente al administrador general.
38. El Consejo General celebrará, al menos, una reunión anual. Podrá reunirse, además, siempre que sea convocado por el presidente o lo pida un tercio de los miembros del mismo. La forma de celebrar y convocar las reuniones será establecida por el mismo Consejo General, aunque siempre será necesario fijar con antelación un orden del día para que los delegados puedan estudiar con tiempo suficiente sus propuestas. En caso de no poder asistir al Consejo alguno de los delegados, podrá hacerse representar para cualquier decisión por otro de los presentes, para lo cual será necesaria una confirmación escrita dirigida al secretario general.
39. Las Competencias del Consejo General son las siguientes:
Preparar el programa de Gobierno de la Asociación, que incluye el plan anual de formación espiritual y de compromiso social y encargarse de la ejecución del mismo.
Intervenir en el proceso de admisión de nuevos miembros, según el artículo 15.
Asesorar y ayudar al vicepresidente en el proceso de elección del presidente.
Dar un parecer sobre el nombramiento del secretario general hecho por el presidente, según el artículo 24.
Dar un parecer sobre el nombramiento del administrador general y a su equipo de asesores, según los artículos 24 y 34.
Dar un parecer sobre el nombramiento del administrador general y a su equipo de asesores, según los artículos 24 y 34. Aprobar el estado de cuentas del ejercicio económico anual y el presupuesto ordinario y extraordinario preparado por el administrador, según el artículo 31.
Dar un parecer sobre la delegación que el presidente haga para ser representado legalmente por otras personas, según el artículo 24.
Oír a las personas que deban ser expulsadas de la Asociación antes de que se ejecute la expulsión, según el artículo 40.
Modificar los Estatutos de la Asociación, para lo cual será necesario conseguir la mayoría de dos tercios y la aprobación del Consejo Pontificio para los Laicos.
Extinguir la Asociación, a tenor del artículo 42, y organizar el reparto de los bienes, según el artículo 43.
40. Los miembros de la Asociación causarán baja por decisión propia y también a tenor de lo establecido en el Derecho Canónico vigente, así como por el incumplimiento reiterado e injustificado de sus compromisos. En estos últimos casos, el Consejo General oirá previamente al miembro interesado. Los laicos causarán baja como tales si, finalizado el plazo de sus promesas, deciden no renovarlas, pudiendo permanecer como colaboradores. Los que están ligados por promesas perpetuas deberán solicitar la baja por escrito, dirigiendo la carta al coordinador nacional, que lo comunicará al presidente y éste lo someterá al visto bueno del Consejo General. Lo mismo ocurrirá con las consagradas y los sacerdotes. En el caso de que estén ligados por votos perpetuos, deberá procederse según establezca el Derecho Canónico.
41. Si alguna consagrada o sacerdote con votos perpetuos decide dejar la Asociación, se le intentará ayudar según sus necesidades y las posibilidades de la misma.
42. La Asociación podrá extinguirse por decisión del Consejo General, tomada en un único escrutinio válido, con la mayoría de dos tercios de los votos. Esta decisión deberá ser corroborada por el Consejo Pontificio para los Laicos. Podrá ser suprimida por decisión del mencionado Consejo, si la actividad de la Asociación se ha alejado de su carisma, es en grave daño para la doctrina o la disciplina eclesiástica o causa escándalo a los fieles, como establece el Derecho.
43. En caso de extinción o disolución de la Asociación, los bienes de la misma serán entregados por el Consejo General a las consagradas, sacerdotes y laicos que forman parte de los Franciscanos de María en la medida en que participaron con su aportación en la adquisición de los mismos. El resto, si lo hay, será distribuido por el Consejo General a instituciones eclesiales con un carisma similar.
Capítulo V. Relaciones con las autoridades eclesiásticas
44. Los Franciscanos de María, misioneros del agradecimiento, en todas sus iniciativas están bajo la dirección de la Santa Sede para orientar su actividad hacia lo que ella determine.
45. La representación de la Asociación en sus relaciones con la Santa Sede corresponde al presidente de la misma o a quien él decida delegar.
46. La Asociación deberá insertarse en los planes pastorales diocesanos, respetando siempre su carisma y estos estatutos. Para hacerlo, cumplirá los siguientes puntos:
Atenerse a las normas canónicas vigentes para las Asociaciones Privadas de Derecho Pontificio.
Informar periódicamente sobre la presencia y actividad de la Asociación en las Diócesis y pedir el permiso del Obispo para establecerse en ellas.
Pedir permiso al Obispo para la instalación de comunidades de consagradas y sacerdotes.
Mantener una relación fluida con la Diócesis a través de los organismos diocesanos competentes. Esta relación la llevará a cabo un equipo de consagradas, sacerdotes y laicos, donde los haya o, en su defecto, el representante de la Asociación en la Diócesis.