El pequeño lugar de oracíón donde todos nos encontramos.
«Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» San Ambrosio
Mediación de san Miguel por el sínodo de la sinodalidad
*Oh glorioso San Miguel arcángel, guardián y defensor de la Iglesia de Jesucristo, Tú que eres príncipe de las milicias celestiales, ven en ayuda de esta Iglesia, contra la cual se desencadenan los poderes del infierno, guarda con especial cuidado al Papa, para que se mantenga fiel al encargo del Señor de conservar y transmitir íntegro el depósito de la Fe. Oh glorioso Arcángel San Miguel, vela por nosotros durante la vida, defiéndenos de los asaltos del demonio, asístenos especialmente en la hora de la muerte; obtén para nosotros un juicio favorable, y la felicidad de contemplar a Dios cara a cara por interminables edades. Amén.
Papa León XIII
El examen de conciencia de un Franciscano de María se realiza sobre tres aspectos:
1. el mal que hemos cometido.
Revisar los diez mandamientos de Moisés, tal y como enseña la Iglesia, distinguiendo -como ella enseña- entre pecados veniales y mortales. Nos puede ayudar a hacer esta parte del examen la frase: "No le hagas al otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti".
2. el bien que hemos dejado de hacer.
¿Hemos hecho el bien posible, el bien que, aún con algo de esfuerzo, hubiéramos podido hacer?
¿he hecho el bien que a mí me gustaría que hubieran hecho conmigo?
¿me he comportado como Jesús se habría comportado si estuviera en mi lugar?", puesto que mi objetivo como cristiano es parecerme a Él.
3. control de nuestro carácter.
No importa cómo tú seas. Lo que importa es que, con disciplina, perseverancia y humildad, acogiendo y colaborando con la gracia de Dios tú puedes cambiar, puedes controlar tu manera de ser, de forma que lo bueno que tienes se acreciente y lo malo disminuya.
Jesús, me fío de Ti.
Sé que lo que me pase es fruto de tu amor.
Te quiero,
eres el primero en mi Corazón.
Te adoro,
eres más importante que mi trabajo, el dinero y cualquier cosa.
Te doy gracias,
por haberme creado, por haberte hecho hombre, por haber muerto y resucitado por mí, por la eucaristía y la confesión, por la Iglesia, por la Virgen y los santos, por las cosas que he tenido, por las que tengo, porque puedo ayudar a los demás, por el afecto que recibo.
Te pido perdón,
por el mal que he hecho, por el bien que he dejado de hacer.
Te pido gracias,
espirituales como la superación de los defectos personales y materiales para uno mismo, para los demás y para la sociedad.
Me ofrezco a Ti,
puedes contar conmigo para lo que quieras como María, con el cariño de tu madre y con su manera de actuar viviendo las virtudes.
Oración ante el crucifijo de San Damián
¡Oh alto y glorioso Dios!,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para cumplir tu santo y verdadero mandamiento.
Imitar a María en su santidad
Tomado de la catequesis 5.16
Para imitar a María en su santidad debemos comenzar dando estos tres pasos. Primero, desear ser santos para agradar a Dios, para ofrecerle al Señor el regalo de nuestro amor. Segundo, conocer a Dios y tratar con Él mediante la oración, porque cuando más se le conoce más deseo hay de amarle. Tercero, no desanimarse por las imperfecciones y pecados, o por la aridez espiritual; volver a empezar cuando se cae y ser conscientes de que aunque falte mucho para llegar a la meta, desear amar a Dios es ya haber empezado a amarle, y lo que hay que hacer es pedirle que llene nuestro corazón del fuego de su amor para que ese fuego queme las imperfecciones que hay en nosotros.
Evaluemos como estamos en estos tres pasos para imitar a María en su santidad:
¿Deseo ser santo para agradar a Dios, para ofrecerle al Señor el regalo de mi amor?
¿Estoy conociendo a Dios y tratando con Él mediante la oración? Cuando más se le conoce más deseo hay de amarle.
¿Estoy dispuesto a no desanimarme ante las imperfecciones y pecados, o por la aridez espiritual?
¿Vuelvo a empezar cuando caigo y continuo la marcha, aunque me falte mucho para llegar a la meta?
San Francisco nos enseña
“Comencemos, hermanos, hasta ahora , poco o nada hemos hecho.” (cf. 1 Cel 103)
“Comencemos, hermanos” es una frase de Francisco de Asís, pero es, sobre todo, un modo de entender la vida como comienzo continuado, como humildad, como modo de reconocer que amar, lo que se llama amar, nunca lo acabamos de hacer totalmente bien; como modo de reconocer que, por mucho que se haga, no se ha llegado a la meta. Y la única razón que uno encuentra es que Francisco, como cualquiera que se entrega a fondo a una causa, a una persona, al amor de Dios, tuvo la sensación de lo inmerecido, sensación de desproporción entre lo que recibe y da, entre lo que el otro merece y la criatura le puede ofrecer, entre lo que Dios ha puesto en juego y nosotros podemos darle; sensación de ser sobrepasado. El “comencemos hermanos” de Francisco es la actitud de quien se pone ante el Señor entregado y crucificado y lejos de sacar pecho con lo que uno ha hecho hasta entonces, le brota pedir perdón con humildad, invocar y agradecer la gracia de poder comprender de nuevo con alegría el camino del amor.
Sobre el agradecimiento IMPORTANTE
“Siervos inútiles somos, no hemos hecho nada más que lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10).
Las personas agradecidas son conscientes de que no están haciendo nada especial al dar gracias; más aún, saben que es muy poco lo que hacen y por eso no se engríen por ello; al contrario, se sienten muy afortunadas de poder hacer algo por aquel que tanto ha hecho por ellos, ya que la sangre derramada por Cristo para nuestra salvación no se puede pagar ni siquiera derramando la propia sangre por Cristo en el más cruel de los martirios. Es el agradecimiento el que nos salva de la soberbia que a veces tienen los que hacen buenas obras. Hagamos lo que hagamos, todo es poco comparado con el don recibido. Somos siervos inútiles que no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer.
La primera misión de los franciscanos
tomado de la clase 5.49
Por expreso deseo de nuestro seráfico padre San Francisco y siendo fieles a su ejemplo, era la evangelización. De esa manera entendía el santo de Asís que cumplía del mejor modo posible la orden recibida de Cristo en San Damián y de esa manera pensaba que imitaba a los apóstoles, que fueron enviados por el Señor a evangelizar. El contenido de la predicación franciscana era muy simple: predicar el santo Evangelio que intentaba vivir y predicarlo, como él decía tan a menudo, “sin glosa”, es decir sin buscar interpretaciones que justificaran tal o cual conveniencia y que al final convirtieran en vino aguado el vino fuerte del Evangelio. Esta predicación del santo Evangelio consistía esencialmente en decir a los que le escuchaban tres cosas: Primera: Dios existe, es el Señor, es el Creador, es el Altísimo (le gustaba mucho llamar así a Dios, como consta en el Cántico de las Criaturas), es el Omnipotente; de ese señorío de Dios proclamado por San Francisco iban a emanar unas consecuencias muy importantes, pero antes de entrar en ellas, el santo de Asís hablaba de un segundo aspecto de Dios: Dios es amor, es el Amor; era poco frecuente en su época insistir en este punto, haciéndose más hincapié en el primero, en su grandeza; pero para San Francisco Dios no sólo era amor, sino que era el Amor, el amor en estado puro, un amor que constituía su esencia más íntima, su propia naturaleza; por eso la primera parte de la predicación franciscana consistía en un anuncio: Dios existe, es tu Señor y tu Creador, y te ama.
El Ángel del Señor, anunció a María
Y concibió por obra del Espíritu Santo. (Avemaría)
He aquí la esclava del Señor.
Hágase en mi según tu palabra (Avemaría)
Y el Verbo se hizo carne.
Y habitó entre nosotros. (Avemaría)
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesa de nuestro Señor Jesucristo.
Te suplicamos, Señor, que derrames tu gracias en nuestras almas para que los que, por el anuncio del Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo Jesucristo, por su Pasión y Cruz seamos llevados a la gloria de su Resurrección. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén
Señor Jesús: Tú compartiste nuestra vida humana, alegrías y penas, y, sin acusarnos, por amor, cargaste con la responsabilidad de nuestras culpas para redimirnos. Ayúdanos a seguir tu ejemplo desde nuestra situación de pecadores redimidos. Ante Ti, Señor, nos sentimos sinceramente responsables de un mundo al que pertenecemos, que estamos contribuyendo a forjar, y con el que estamos comprometidos especialmente por tu amor. Avergonzados de nuestras obras, fruto del olvido o rechazo culpable de tus enseñanzas, te pedimos perdón y ayuda.
Perdón, Señor, perdón
Por los sacrilegios, robos y blasfemias contra la Sagrada Eucaristía,
Por tantos lugares del mundo donde los sacerdotes y fieles no pueden celebrar libremente la Santa Misa o se ven obligados a hacerlo en secreto por persecución.
Por las faltas de respeto e impiedad en las iglesias y ante el Sagrario.
Por la dejadez y abandono al dejar de asistir a la Santa Misa dominical.
Por la omisión en tantos bautizados al rechazar la confesión y comunión por Pascua.
Por las faltas de inconsciencia en familiares de personas moribundas al dejar que fallezcan sin la asistencia de los sacramentos.
Por la despreocupación respecto de la primera y frecuente Comunión de los niños.
Por las comuniones tibias y frías.
Por las comuniones sacrílegas.
Por los sacerdotes que celebran la Santa Misa en condiciones personales inadecuadas, o por enseñar una vida litúrgica y eucarística contraria a la que manda la Iglesia.
Por la conciliación de la Misa y la recepción de la Sagrada Comunión con vidas incoherentes y vacías de fervor.
Por la persecución sistemática, violenta o solapada, de los sacerdotes, fieles y personas cristianas que confiesan su Fe en Cristo.
Oración: Señor nuestro, Jesucristo, que has querido permanecer en el Sacramento hasta la consumación de los siglos para dar a tu Padre una gloria infinita y a nosotros el aliento de la inmortalidad; que te has expuesto a todos los ultrajes de los impíos antes de abandonar a tu Iglesia; concédenos la gracia de llorar con verdadero dolor los ultrajes y descuidos que cometen los hombres contra el mayor de los sacramentos, danos celo eficaz para reparar los oprobios que has sufrido en este misterio inefable. Tú que vives y reinas con Dios Padre, en unión del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN A SAN MIGUEL ARCÁNGEL
San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra las perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tu príncipe de la milicia celestial
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
San Francisco de Asís
Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero. Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres belleza, tú eres mansedumbre; tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio. Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador.
san Francisco de Asís
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios María, que eres virgen hecha Iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito, en la que estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien. Salve, palacio suyo; salve, tienda suya; salve, casa suya; salve, vestidura suya; salve, sierva suya; salve, madre suya, y todas vosotras, virtudes santas, que por la gracia y la iluminación del Espíritu Santo sois infundidas en el corazón de los fieles, para que de infieles se vuelvan fieles a Dios.
ORACIÓN A SAN JOSÉ
Oh san José, cuya protección es tan grande, tan fuerte y tan inmediata ante el trono de Dios, a ti confío todas mis intenciones y deseos.
Ayúdame, san José, con tu poderosa intercesión, a obtener todas las bendiciones espirituales por intercesión de tu Hijo adoptivo, Jesucristo Nuestro Señor, de modo que, al confiarme, aquí en la tierra, a tu poder celestial, Te tribute mi agradecimiento y homenaje.
Oh san José, yo nunca me canso de contemplarte con Jesús adormecido en tus brazos. No me atrevo a acercarme cuando Él descansa junto a tu corazón. Abrázale en mi nombre, besa por mí su delicado rostro y pídele que me devuelva ese beso cuando yo exhale mi último suspiro.
¡San José, patrono de las almas que parten, ruega por mi! Amén.
Reflexión 5
El santo vive desde el amor agradecido
san Agustín
En Agustín la santidad siempre ha de tener el ingrediente del amor. “Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; que esté en ti la raíz del amor, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien". Quien se deja guiar por el amor, quien vive plenamente la caridad, es guiado por Dios, porque Dios es amor. Así, tienen gran valor estas palabras: “Ama y haz lo que quieras”. ¿En qué consiste la santidad que es la perfección en el amor? Consiste en amar a los enemigos, y en amarlos mirando a (deseando) que se conviertan en hermanos. Es una senda que nos exhorta a orar por el bien de nuestros enemigos. Dios es el único absoluto, y es el que nos enseña a ordenar nuestro amor. Ante Dios todo es relativo. Seríamos soberbios si dijéramos que somos santos por nosotros (por nuestras solas fuerzas o méritos). “Reconoce que posees, y que nada es propio tuyo, a fin de que no seas soberbio ni desagradecido”. Agustín nos invita a orar a Dios, y nos recomienda: “Di a tu Dios: Soy santo porque me santificaste; porque recibí, no porque tuve; porque tú me lo diste, no porque yo lo merecí”.
REFLEXIÓN 6
QUIERES SER SANTO?
san Francisco nos aconseja
Ten orden en tu vida: El testimonio de vida de San Francisco fue tan impactante que movió a otros a convertirse y seguirle en pos de Dios. De tal manera que, San Francisco, al ver que el número de hermanos iba creciendo, decidió ordenar sus consejos de manera que todos vivieran bajo una misma forma de vida. ¿Quieres ordenar tu vida? Empieza por tu cuarto. Dios no es un Dios de confusión (1 Co 14, 33), así que una manera de ser santo es ordenar poco a poco todo tu alrededor. Se necesitan pequeños pasos para ir ordenando todas las piezas de tu existencia. Dios es Dios de orden.
TE DEUM
A Ti Dios
El himno litúrgico de acción de gracias por excelencia.
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos,
los cielos y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los Apóstoles,
la multitud admirable de los Profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
Reflexión 7
Negarme a mí mismo
Miguel Ángel Vega, FM
¿Negarse a sí mismo? ¿Se puede proponer esto a una generación y en un mundo que habla sólo de autorrealización, autoafirmación y hasta de empoderamiento? Negarse no es un fin ni un ideal, es una entrega. Es aceptar a Cristo en su totalidad sin excluir nada. No es escoger de Él lo que más se ajusta a mis apetencias o necesidades. Negarme a mí mismo, decir no a sí mismo es el único objetivo. Decir sí a Cristo es el fin. Es el único fin. San pablo nos dice; "Si con el Espíritu das muerte a las obras del cuerpo, viviras[. (Rom 8,13). Es un morir para vivir. Se trata de saber si queremos vivir "para nosotros mismos" o "para el Señor" (2 Cor 5,15; Rom 14,7-8). Vivir "para uno mismo" significa vivir para la propia comodidad, la propia gloria, para el aplauso, el reconocimiento, y para el propio progreso. Vivir "para el Señor" significa poner siempre en primer lugar, en nuestras intenciones, la gloria de Cristo, los intereses del Reino y de la Iglesia. Es reafirmar lo que decimos en nuestro método de oración; "Te quiero, eres el primero en mi corazón. Cada "no", a los que es contrario a Cristo, es un "sí" dicho a Cristo. Los seguidores de Cristo, no tenemos vida propia, nuestra vida es un vivir en Él y para Él. Paz y bien.
Reflexión 8
Ofrecernos como san Francisco NUEVO
P. Santiago Martín, FM
La oración de petición humilde va siempre enmarcada por dos cosas: el agradecimiento y el ofrecimiento. En la oración entendida como diálogo no puede haber sólo palabras en un sentido (aunque esas palabras sean de adoración, de amor, de agradecimiento, de humilde petición de perdón o de súplica). Si no funciona la vuelta, no hay diálogo, hay monólogo y por lo tanto no hay verdadera oración. El Señor siempre nos está hablando, siempre nos está diciendo algo o, mejor dicho, siempre está queriendo decirnos algo. Lo que pasa es que no le escuchamos y a veces son nuestras propias palabras (incluso bellas palabras) las que nos impiden oír lo que Él está intentando decirnos. Por eso es muy importante pararse y escuchar. Hay que hacer el esfuerzo -con la práctica, ese esfuerzo es cada vez menor- para oír la voz de Dios que pugna por abrirse paso en nuestro interior.
"¿Qué necesitas de mí, Señor? ¿Qué quieres decirme?". Tenemos que preguntarle a Cristo, una y otra vez, con perseverancia. San Francisco pasó meses yendo a la ermita de San Damián y sólo repetía una y otra vez esta pregunta: "¿Qué quieres que haga?" Y no cejó en su empeño hasta que oyó al Cristo que pendía del techo esta frase, decisiva para su vida: "Ve y repara mi casa que, como ves, amenaza ruina". El Señor tardó mucho en hablarle porque quería asegurarse de que aquello no era algo pasajero, no era una emoción momentánea, como dicen hoy día: un "subidón" de espiritualidad que se va con la misma rapidez con que ha venido. Hagamos nosotros lo mismo, insistamos ante Jesús preguntándole qué podemos hacer por Él, qué quiere él de nosotros, qué necesita.
Reflexión 9
Llevar a María a casa Nuevo
P. Santiago Martín, FM
No fue fácil para San José aceptar la noticia de que su mujer estaba embarazada sin haber tenido relaciones con él. Sin la intervención de Dios, María habría tenido que asumir la dura condición de madre soltera y Jesús habría llevado el baldón de ser un hijo de padre desconocido. Pero ese miedo de San José tiene también un significado simbólico: el miedo a dejar entrar en la propia vida al Hijo de Dios. A un Hijo de Dios que no venía con los ropajes propios de su rango, pues si así hubiera sido nadie habría dudado en aceptarle con todos los honores. Por el contrario, venía camuflado de debilidad, de la debilidad de un niño pobre, tan pobre que sólo tenía para defenderle los brazos y el corazón de una jovencísima muchacha nazarena.
También a nosotros nos puede pasar lo mismo: por miedo a complicarnos la vida, por miedo a lo que Dios nos pueda pedir, hacemos oídos sordos a la voz del ángel del Señor, que nos invita a llevarnos a nuestra casa a la Virgen con el Niño en su seno, con el Niño en los brazos. No queremos líos y, efectivamente, no tenemos los líos de Dios. Pero como los problemas no se pueden evitar, tenemos, a cambio, los que proceden del enemigo, del pecado, de nuestro propio egoísmo.
Llevarse a María a casa, como hizo San José, es sinónimo de aceptar lo que Dios nos pida, de aceptar la ley del amor como la suprema de nuestra vida.
Rechazar a María no es simplificar la vida, sino complicarla de otra manera, de una manera más dañina para nosotros y también para los demás. De nosotros depende con quién nos complicamos la vida: si con Dios y María o con sus enemigos.
Una oración que un día podrías necesitar que recen por ti
“Esposas muy queridas del Señor,
que encerradas en la cárcel del purgatorio sufrís indecibles penas,
careciendo de la presencia de Dios hasta que los purifiquéis,
como el oro en el crisol, de las reliquias que os dejaron las culpas.
Con cuanta razón, desde aquellas voraces llamas,
clamáis a vuestros amigos pidiendo misericordia.
Yo me compadezco de vuestro dolor y quisiera tener caudal suficiente
para satisfacer por vosotras a la Justicia Divina.
Pero siendo más pobre que vosotras mismas,
apelo a la piedad de los justos,
a los ruegos de los bienaventurados,
al tesoro inagotable de la Iglesia,
a la intercesión de María Santísima
y al precio infinito de la Sangre de Jesucristo.
Concédeles Señor, a esas pobres almas, el deseado consuelo y descanso,
pero confío también, almas agradecidas,
que tendré en vosotras poderosas medianeras
que me alcancen del Señor gracia con que deteste mis culpas,
adelante en virtud, sojuzgue mis pasiones
y llegue a la eterna bienaventuranza por toda la eternidad.
Amén”